Cada 8 de diciembre el mundo vuelve, inevitablemente, a aquella noche de 1980 en la que John Lennon fue asesinado frente al edificio Dakota, en Nueva York. Tenía apenas 40 años y regresaba a casa junto a Yoko Ono cuando Mark David Chapman le disparó a quemarropa. Horas antes, el propio Lennon había firmado un autógrafo para quien terminaría siendo su asesino, un detalle que con los años se volvió símbolo de la absurda y cruel paradoja de su muerte.
La noticia se propagó con una rapidez inusual para la época, interrumpiendo transmisiones de radio y televisión, y sumió en el desconcierto a millones de personas que no solo perdían a un músico, sino a una voz influyente de su tiempo. Las reuniones espontáneas en calles, parques y plazas, especialmente en Central Park, dejaron claro que su figura trascendía el estatus de celebridad: Lennon era parte de la vida emocional y cultural de una generación entera.
Su historia, por supuesto, no empieza ni termina en aquella noche trágica. John Lennon fue una de las piezas fundamentales de The Beatles, el grupo que transformó para siempre la música popular del siglo XX. Desde Liverpool al mundo, su talento como compositor, su carisma y su capacidad para romper moldes redefinieron lo que podía ser una banda. Con canciones que iban del amor juvenil a la experimentación sonora y la reflexión social, Lennon ayudó a construir una obra que sigue siendo referencia obligada.
Tras la separación del cuarteto, su carrera solista reveló con mayor claridad su costado político, su activismo y su necesidad de decir lo que pensaba sin filtros. Temas como Imagine, Working Class Hero o Give Peace a Chance lo consolidaron como un símbolo de la lucha por la paz, la justicia social y la libertad de expresión. No fue un artista cómodo: incomodó a gobiernos, a medios y a parte de la opinión pública, pagando por ello vigilancia, censura y exilio. Tampoco fue un personaje idealizado sin fisuras; sus contradicciones, excesos y errores forman parte de una biografía compleja, marcada por la búsqueda de identidad, el amor turbulento, la fama asfixiante y una constante autocrítica.
A más de cuatro décadas de su asesinato, el legado de John Lennon no ha perdido vigencia. Sus canciones siguen sonando en todo el mundo, acompañando causas sociales, actos conmemorativos, bandas sonoras y momentos íntimos de millones de personas. Cada aniversario convoca a seguidores de distintas generaciones que se reúnen en Strawberry Fields, el memorial construido en su honor, y en numerosos puntos del planeta. Más allá de la nostalgia, su figura invita a reflexionar sobre el poder del arte como herramienta de transformación y sobre la fragilidad de quienes, aun siendo íconos, siguen siendo humanos vulnerables.
También recuerda una herida abierta en la cultura contemporánea: la violencia que ha truncado la vida de tantos artistas y la facilidad con la que puede apagarse una voz irrepetible. Sin embargo, si algo distingue a Lennon es que ni siquiera su muerte consiguió silenciarlo. Su mensaje, a veces ingenuo, a veces provocador, sigue interpelando a un mundo que aún lucha con guerras, desigualdades y divisiones. Recordarlo cada 8 de diciembre no es solo mirar al pasado, sino preguntarnos cuánto hemos avanzado hacia ese ideal que él cantó con sencillez desarmante: imaginar un mundo mejor. Mientras alguien vuelva a escuchar su música y se detenga a pensar, John Lennon seguirá, de algún modo, entre nosotros.





