
Mucho se ha hablado de la nueva entrega de Indiana Jones, el héroe arqueológico de eterno látigo y sombrero que creara Steven Spielberg en los albores de los años 80 y que acompañaran la niñez y la juventud de decenas de miles de cinéfilos aficionados específicamente a la acción. Ésta fue una de las sagas imprescindibles para entender esos años mozos y por ende también el crecimiento de los directores que fundaron y ayudaron a forjar el estilo que se dio en denominar Nuevo Hollywood.
Todos tenían un crecimiento al calor de su trabajo cinematográfico y Spielberg y Lucas no fueron una excepción. Fue el periodo justamente posterior a Tiburón y a la Guerra de las Galaxias. Eran muchos los adolescentes que se veían invadidos por este esquema de héroe entre intelectual y cínico, y, porque no decirlo, “espabilado” que hacía lo imposible con pocos medios para el deleite del que se acercaba al cine. Se alejaba hasta cierto punto del estereotipo musculoso que aportaban los Stallone y los Arnold.
Sin ir más lejos, ésta es una producción de Lucasfilm, Disney (Kathleen Kennedy, a la cabeza) Pictures y cuentan con los mentados Steven Spielberg y Lucas como telón de fondo de las operaciones. Nada nuevo bajo el sol, según digo. Todo idéntico en el taller de las operaciones de los años pasados.
En esta ocasión la dirección recae en James Mangold que sencilla y llanamente realiza las veces de Steven Spielberg y deja brillar a un reparto que en ocasiones está muy bien y en otras un tanto regular. A saber Harrison Ford y Mads Mikkelsen brillan como héroe y villano respectivamente y sin embargo, a nuestro juicio Phoebe Waller-Bridge es un poco la muleta a la que le falta fuelle para crecer. También hay un niño que hace de alivio cómico, un ladroncillo que es bastante convencional (Ethann Isidore).
En ese concurso de cosas Indiana Jones no ha dejado ninguno de los símbolos que lo hizo crecer. Ni el látigo, ni el sombrero, ni la chica -que en este caso se supone que tiene mayor voz cantante-, ni el tercero en discordia en la película que aporta humor, ni el chico supuestamente simpático, ni mucho menos el McGuffin, maniobra de prestidigitación que inventase Alfred Hitchcock. El Dial del Destino, La última cruzada cuyo objetivo era retomar el cáliz de Cristo o cualquier otra, todos tenían estas mismas señas de identidad. Y, como digo, la quinta entrega responde a todos estos paradigmas pero de ahí a que todos ellos funcionen va un abismo.
Y la película no comienza del todo mal, interesándose por un viejo que está en su momento de retiro – fiesta y alcohol mediante- y que a la sazón está a punto de divorciarse. Por otra lado, nuevas aventuras tocan la corneta de su senectud y no hay forma de que pare el film. La película encadena aventuras de persecuciones en ocasiones -marca también de la casa- delirantes. Es un no parar de ritmo y con la pretensión de que aparquemos cerca de la taquilla nuestro espíritu crítico. Quien vaya a pedir un porcentaje mayor de raciocinio que dé emoción a la cinta se equivocó de sala, sencillamente.
Indy restalla el látigo y viaja desde Estados Unidos a Marruecos, de ahí al sur de Italia y de esa zona a Grecia, con el sempiterno guiño al mapa del globo terráqueo. Hasta ahí, comprensible. Hasta asumible. La película va de manera lenta e inexorable a lo que todos esperábamos. Pero, ojo es que los vicios de antiguas entregas se multiplican en esta quinta. Los malos, que son muy malos, muy nazis, y los buenos que se las saben todas. Nada nuevo bajo el sol, insisto. Faltó, algo que ha faltado siempre, profundidad a algunos de los secundarios cómicos, reflejados por la actuación en esta película por Antonio Banderas o Shaunette Renée Wilson. Ambos mueren, creo, pero a nadie le importa.
La banda sonora es otra vez el difunto John Williams, jugando a ser el propio Williams, a darle el toque de ritmo que invade en ocasiones lo que sucede en la pantalla. Quizás en exceso, hay que indicar. Los efectos aguantan y funcionan, hasta el criticado anti-aging que nos parece que brilló más de lo que algún crítico señaló, con la nocturnidad como aliada. No es perfecto pero es simbólico, que es de lo que se trata. Por su parte, el espectáculo de luz y color esperado en un taquillazo de verano.
Pero ¡Ay! Y eso sí que no. La película desbarra en el último cuarto. ¿Por qué? Porque se les antoja jugar a los saltos en el tiempo. El juego entre nazis y científicos está bien hasta que se saltan todas las líneas temporales. Sin que ello se explique. Una historia de Arquímides con Indy y en la misma pantalla. En fin, el punto más flojo: el desenlace. A lo mejor se podría haber optado por un sprint definitivo diferente ¿O era mucho pedir? Ya hubo un salto infame parecido pero en aquella ocasión al espacio en la cuarta entrega del intrépido Jones.
Nostalgia.
No me van a dar ningún premio diciendo que la nostalgia vende. El poder adquisitivo de treinta y picos y cuarenta y largos se hacen con el poder suficiente como para que les repitan las mismas historias y los mismos cuentos de su infancia. Y por el bien del negocio y del propio cine me parece a mí que la fórmula parece acabar, todo ello a tenor de los datos que dan las propias taquillas y recaudaciones. ¿Cuántas buenas historias originales se han segado de la vida de celulosa por los magnos presupuestos de los que sí disfrutan películas como las de Indiana Jones? ¿Todo tiempo pasado fue mejor o anterior?
No se trata de vetar a nadie. Y mucho menos la calidad y carrera de actores de solvencia contrastada como el octogenario Harrison Ford pero éstos mismos podrían conducir sus esfuerzos a hacer cosas nuevas, creíbles, con guiones que no recurran a lo mismo. Y cuando hablamos de lo mismo no me refiero a la misma idea Indiana Jones, lo que es peor, también a los mismos esquemas que se multiplican y se copian cual copy / paste.
Es que para colmo, estas nuevas películas todas responden a un esquema muy manido, con un tiempo muy pre estructurado para todo tipo de guion. Es como si respondiese a un estudio realizado por los mandamases de la factoría y hayan concluido “así es como debe ser una película”. Y a ello se adhieren como si fuera un catecismo.
No va específicamente por esta película, está pasando en casi todas. Los estudios deberían ser más frescos, más genuinos y apostar por un renacimiento dentro de la industria. Es ese el verdadero nudo gordiano que salvará a la factoría de sueños.