Quentin Tarantino tiene nueva película en cartelera bajo el sonoro y descriptivo nombre de Once Upon a Time in Hollywood (Érase una vez en Hollywood). Es un cuento.
Juega al mismo dilema que lleva desplegando desde los comienzos de su filmografía, es decir, una mezcla de lo que tiene en su cabeza; unas gotas de perversión de la tradición hollywoodiense, su depravada visión freak, la música de los set list más destacada de la época en donde se desarrolla la película y bastantes recortes de sus referentes fílmicos. Dadas esas reglas, hay que relajarse y disfrutar.
En esta ocasión, Tarantino también cuenta con un casting de verdadero lujo en donde destacan nombres de relumbrón (y que han acompañado al director en algunos de sus pelis fundamentales) como Brad Pitt, Leonardo Di Caprio, Margot Robbie o el mismo Al Pacino, quien tiene un muy pequeño papel como productor importante del cine de ese momento. Leonardo Di Caprio en clave de Rick Dalton una estrella en horas bajas, Brad Pitt, doble y amigo inseparable del actor, y Margot Robbie como la eminente estrella que fue Sharon Tate. Y después una interminable lista de secundarios de lujo.
El director nos muestra un instante muy particular de la industria del cine. En aquel momento, que podemos definir crepuscular, la fábrica de los sueños de Los Ángeles se aboca a cambios que resultarían transcendentales en su historia. En esos momentos van decayendo ciertos directores y un star system que grababa de una determinada forma. La lectura del cine va cambiando con creadores que iban introduciendo una mirada fresca como era el caso del filmaker de Rosemary’s Baby (La semilla del Diablo), Roman Polanski. El polaco y otros como Stanley Kubrick hicieron una base sólida para que viniesen los Scorcese o Francis Ford Coppola. De esta manera, los actores pasarían a ser nombres como el mismo Al Pacino o Robert De Niro.
En ese sentido, no es nada casual que se seleccione ese precia época, Tarantino se recrea en ese “escenario” y se permite el lujo incluso de incluir guiños a ciertas cuestiones actuales. No es casual la escena en que una chica jovencita «pica» de manera descarada la curiosidad sexual del personaje de Brad Pitt.
De todos modos, con este título la premisa debería estar absolutamente clara, insistimos: se trata de un cuento. “Érase una vez en el antiguo oeste…” así han empezado desde siempre las historias pulp, que Tarantino idolatra, y que ahora plasma en la pantalla grande. Es ese el juego. Es el ese el idilio que de manera larga te atrapa durante 2 horas y 40 minutos. Sin piedad, además. Tributo a Leone, para más señas en el título.
Algo fundamental para apreciar esta cinta es tener constancia de que Érase una vez en Hollywood es una carta de amor al celuloide. Quien quiera recibir la ración adecuada de violencia que suele dar Tarantino en sus películas quizás no está en la sesión adecuada. En ésta el filmmaker sencillamente no se recrea en la sangre y ofrece más porcentaje de diálogo y un abundante anecdotario. De hecho, una diversión puede consistir en ir buscando referencias a lo largo de las dos horas y 40 minutos que dura la cinta.
Uno de los fallos que pudiera pensarse como tal puede tener que ver con su tremendo metraje. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Para que los tributos al cine clásico sean efectivos Tarantino elige recrearse una y otra vez. Sin ir más lejos, ¡Alerta arruinamiento de historia! En un momento de la película elige tributar a la esposa de Román Polansky, Sharon Tate. Tate entra en un cine y ve su propia labor en una de sus últimas películas en vida, The Wrecking Crew o La mansión de los siete placeres. Una actriz pintada como inocente, como infantil y que nos hace caer en la fórmula que tenían esos films de finales de los años 60.
Para más particular, Tarantino nos sumerge en ciertos momentos del éxtasis peliculero en el submundo italiano del spaguetti western. Es como si el protagonista, encarnado por Leonardo Di Caprio, fuese en realidad el mismísimo Clint Eastwood y se embarcara en la aventura y fantasía vaquera del país transalpino.
La tan cacareada escena de Bruce Lee está también basada en uno de los grandes cuentos de los rodajes angelinos. Se supone que Lee tenía esos momentos de «estrella» y de rufián desafiante y no poca «cháchara» para vender ciertas motos. De eso vivía y también de darles clases a superestrellas del bussiness de las películas de Hollywood.
Desde luego, la capacidad de Tarantino está a pleno pulmón en Érase una vez en Hollywood. Sigue apostando por un alto nivel de cine y, por supuesto, la propuesta técnica es lo suficientemente explícita y positiva como para pagar una entrada en el cine.
Lo que sí está en el debe de la película es casi sin duda el uso del narrador, sobre todo al final de la película. El locutor va comentando lo que sucede en la pantalla, de manera redundante, y eso nos sacó de manera terrible de la cinta. ¿Para qué y qué sentido tiene que se nos cuente lo que ya se ve en la escena?
El desenfreno final, que además pervierte los hechos como sólo a Tarantino le gusta hacer, no es la verdadera historia de la Familia Manson y Sharon Tate. Final, por otra parte, típico del director. Parece querernos decir que Tate y sus amigos no se merecían tal trato. De resto, para conocer la verdadera narración de los hechos hay multitud de medios.
En definitiva, el nivel de la película es francamente positivo. Hay que tener en cuenta que no se trata de un film rápido, es adecuado tomarse la suficiente calma para deleitarse, para acompañar a los enganches que propone el veterano director.
Foto: Promocional.