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Texto: Juan Antonio Ribas. Hacer una lista de películas favoritas es complicado. Siempre huyo de ellas. Me preguntan “¿Cuáles son tus favoritas?” y respondo “En mi lista de 10 favoritas hay más de 100”. Aun así, y habiéndome invitado a dar 15 títulos tiraré de subjetividad. Y es que no creo en la objetividad al ver una película, leer una novela, o escuchar una canción. Las circunstancias en que vi las películas elegidas son las que ha hecho de ellas algo imprescindible en mi vida, pero porque están relacionadas con mi pasado, con los momentos que han hecho de mí, para lo bueno y lo malo, lo que soy…
Aquí mis 15 subjetivas.
METRÓPOLIS (Fritz Lang, 1927). En broma siempre he dicho que el cine murió con esta película y todo lo que vino después son solo copias… Y si no, que le pregunten a George Lucas dónde sacó el modelo para C3PO. Ahora en serio, la película es una obra cumbre no solo de la ciencia ficción sino del cine en general. Pensar en lo que se podía hacer en 1927 da vértigo. Y hoy en día sigue más vigente que nunca.
EL PADRINO (Francis Ford Coppola, 1972). Quizá la película de la que podría recitar todos sus diálogos. Leí la novela con 14 años y las casualidades del destino hicieron que se reestrenara el film justo cuando terminé. La secuencia de la cabeza de caballo sigue siendo de las más perturbadoras que jamás he visto. Y además… “cada vez me gusta más el vino”. Una obra maestra sin discusión.
CASABLANCA (Michael Curtiz, 1942). Película mítica. Quizá la que más veces he visto en mi vida. Perdí la cuenta cuando llevaba como 45 veces y eso fue hace 15 años. Cuando no existían ni los VHS estaban los libros. Y en mi caso conseguí un libro “fotonovela” de la película. Aún lo conservo. Ver a Bogart llorar en la estación del tren con la nota de abandono en la mano no tiene precio.
LÍO EN RÍO (Stanley Donen, 1984). Un placer culpable de un Stanley Donen menor. La vi en el momento de su estreno a pesar de las malas críticas que arrastraba, pero tenía curiosidad por ver una película de uno de los últimos directores del Hollywood clásico. La crisis de los 40 nunca ha estado mejor reflejada en el cine. Y la disfruté aún más hace años, cuando pasé esa barrera de la edad. Una película a reivindicar. Una magnífica comedia de Donen, que supo hacer cine más allá de Charada o Siete novias para siete hermanos.
LA VAQUILLA (Luis García Berlanga, 1985). “¿Pero es que no sabes que hay dos Españas, la nuestra y la de ellos?”. 35 años más tarde del estreno de la película y 82 años después del final de la Guerra Civil y las cosas no han cambiado. Solo Berlanga y Azcona nos pudieron hacer reír con una tragedia que aún nos separa. Hasta el final, quizá demasiado evidente, de la vaquilla descomponiéndose y siendo devorada por los buitres ha ganado con el tiempo. Y es que no aprendemos…
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¿QUÉ OCURRIÓ ENTRE MI PADRE Y T MADRE? (Billy Wilder, 1972).Vale, El apartamento es la obra cumbre de Wilder. Vale, El crepúsculo de los dioses es demoledora. Vale, Con faldas y a lo loco es muy divertida… Pero de entre todas las películas del cínico maestro austriaco, esta es mi favorita. Quizá la comedia más triste que he visto en mi vida, o la tragedia más divertida, no
sé, así era Wilder. La historia de dos personas que solo eran felices durante un mes al año, del 15 de julio al 15 de agosto. Una historia que ¿repetirán? sus hijos. ¿Cómo poder ser uno mismo sólo un mes al año? Imagino que Carlo Carlucci tendrá la respuesta, pero la dirá tan rápido que no sé si la entenderemos. Aún en tareas pendientes la visita a Ischia, pero no sé…
VÉRTIGO (Alfred Hitchcock, 1958). Que Hitchcock era un pervertido no hace falta que nadie lo recuerde. Que nos haga adorar a una fallecida de tal manera que queramos transformar a una persona en otra llega a la obsesión más fetichista. Qué uso de las espirales. Qué uso del color verde. Qué uso de la niebla. Qué uso de San Francisco. Qué uso de la música de Herrmann. Qué uso de Kim Novak por partida doble… Un título imprescindible que no me canso de ver una y otra vez.
LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ (Victor Fleming, 1939). Un querido amigo decía que esta era LA PELÍCULA. No había nada por encima. No sé si lo será, pero sí es un título absolutamente único, oficialmente dirigido por Victor Fleming, pero todos sabemos que es de David O. Selznick. Sin él esta película no hubiera sido esta película. Pasiones, arrebatos, guerra, el amor a la tierra y las costumbres, Tara… Y por encima el cínico Rhett y la gran Scarlett O’Hara, la mujer que juró que jamás volvería a pasar hambre y cumplió su palabra hasta el final. Todo funciona como un reloj en esta superproducción jamás igualada. Y encima… “Mañana será otro día”.
EL HOMBRE TRANQUILO (John Ford, 1952). La vuelta a las raíces del borracho tuerto irlandés por excelencia. John Ford hace un canto la tierra de sus antepasados contando la historia de un boxeador traumatizado por provocar la muerte de un contrincante y vuelve a sus raíces a un pequeño pueblo de la costa oeste de Irlanda. Pero es la Irlanda de las tradiciones, es la Irlanda soñada por Ford, una Irlanda solo real en las historias que le contaría su madre. Una película en la que buscar la paz. Y encima está Michaleen Oge Flynn, un personaje que merecería una película para él solo y sus frases lapidarias… “Ni los Borgia fueron tan mezquinos “, “Cuando bebo whisky, bebo whisky”, “Homérico, impetuoso”. Ah, y me olvidaba, que además están John Wayne y Maureen O’Hara, ¿qué más se puede pedir?
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EL DORADO (Howard Hawks, 1966). Río Bravo es cinematográficamente mejor, pero disfruto más con este remake que el propio Hawks hizo de su título anterior. Esos Wayne y Mitchum, uno tullido por un disparo y el otro borracho perdido, intentando defender a una familia de rancheros en su lucha por la posesión del agua es de las batallas que merecen la pena verse. Humor, revólveres, buenos y malos, venganzas… Todos los clichés necesarios del género en un título quizá no enorme, pero muy, muy entretenido.
VERANO DEL 42 (Robert Mulligan, 1971). Hoy en día sería impensable rodar una película así. La historia de un joven de 14 años que se enamora de una chica de veintipocos. El despertar sexual como nadie lo ha contado nunca. Robert Mulligan, con delicadeza, cariño y ternura nos cuenta la historia de Hermie y sus dos amigos, aún a medio camino entre la infancia y la adolescencia, y nos lo cuenta sin condescendencia, ni siquiera con nostalgia, sino con verdad. Y esa verdad se transmite. Y la música de Michel Legrand quedará siempre en nuestra memoria, como el recuerdo de los muchos veranos que vivirán para siempre en nuestros recuerdos.
LA LEYENDA DE LA MANSIÓN DEL INFIERNO (John Hough, 1973). Quizá una de las únicas tres películas de terror que me han dado auténtico miedo. Adaptación de un relato de Richard Matheson que vi en la tele, en “Mis terrores favoritos”. Mansiones encantadas, grupos de paracientíficos, mucho misterio… Muy superior a The Haunting, de Robert Wise. Intenta dar un trasfondo científico a los fenómenos paranormales. No sé yo si será película de cabecera inconfesa de los presentadores de los programas magufos de la tele.
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SENDEROS DE GLORIA (Stanley Kubrick, 1957). Una película a dos manos entre Stanley Kubrick y Kirk Douglas. Solo la secuencia final es de poner los pelos de punta. Esa cantante alemana en una cantina para soldados franceses. Ella canta en alemán. Ellos solo hablan francés. Los gritos y el alcohol van dando paso a la canción. Y al final las lágrimas de los hombres que, sin entender nada de la letra, tienen un momento de humanidad en el sinsentido de la guerra. Y mientras los generales jugando al ajedrez con las vidas de miles de personas. ¿Alguien podría contar mejor lo absurdo de una guerra?
CABARET (Bob Fosse, 1972). Bob Fosse llegó y lo cambió todo. El musical nunca volvió a ser lo mismo tras esta película. El auge del nazismo contado a través de las vida de los seres que pululan por el cabaret. Seres que aprenden a sobrevivir. Y nos recuerdan, además, que el “Money makes the world go round”. Y además tiene una de las secuencias más terroríficas que he visto en mi vida, la del “Tomorrw belongs to me”. Solo viendo esta secuencia basta para comprender cómo llega Hitler al poder. Y es aún más terrorífica sabiendo las consecuencias posteriores. La cara del anciano que niega en silencio es la auténtica metáfora de la película: ¡Nunca más!
¡QUÉ BELLO ES VIVIR! (Frank Capra, 1946). Sí, a pesar de todo, a pesar de lo dura que puede resultar la vida en muchas ocasiones, hay que seguir creyendo en los milagros. Porque en pequeña medida y sin intervención divina estoy seguro de que existen. Un milagro es esta película, fracaso rotundo en su época, y que se ha convertido en un título imprescindible. Una película donde refugiarse en aquellos momentos de decaimiento, de dolor, de necesidad… Porque todos los minutos del metraje destilan optimismo, esperanza, ilusión. Una película que te reconcilia con la vida.
Foto: promocional.