Uno abrazaba el nuevo film de Kenneth Branagh con una buena serie de incógnitas en la conciencia. Esa manía que tiene de ir al cine sin que nadie le cuente nada de la trama, y con la costumbre que conserva de no ver ni siquiera un tráiler, esto tenía que tener algo de positivo. En este caso, uno se sorprende desde los primeros compases del film con uno de sus grandes protagonistas: Van Morrison, el león de Belfast.
Branagh se arma de material de primera para contar en un cristalino blanco y negro una historia de relativo calado personal, sucesos vistos con los ojos de un niño. En el casting brillan con luz propia Jude Hill, Catriona Balfe, Jamie Dornan, Judi Dench y Ciarán Hinds, entre otros. Ese es uno de los tantos aciertos que tiene la cinta. Poco a poco, te vas sumergiendo en una interesante historia, con los estallidos de la violencia de Irlanda del Norte como trasfondo. No se trata de una geografía perfecta del conflicto ¡Ni tenía que serlo! Belfast no es más ni menos que un canto al entendimiento, así sea en las clases de la escuela como en el vecindario.
Ese pequeño, que se llama Buddy, es probablemente un alterego del mismo director. Buddy se interesa por sus problemas mundanos y de manera progresiva se va interesando por diferentes aspectos de su vida, incluyendo el amor. Como Buddy se mete en problemas, como tiene contacto con ciertos grupos que son fuentes de problemas y como se enfrenta a las matemáticas en el colegio, son las pequeñas grandes proezas de ese pequeño que ve como su mundo se tambalea, ese es el fuerte de la película. Los mayores deciden para él todo lo que necesita, vida en otro lugar incluida. Los años 60 fueron duros, no cabe duda.
Belfast no es una película cuyo mensaje sea inolvidable y de calado eterno. Probablemente su fuerte es que no quiere explicar ningún aspecto del conflicto irlandés, de hecho, diría que se mantiene al margen. Lo suyo es detenerse en las pequeñas victorias pírricas o derrotas del niño.
Desde el punto de vista técnico, Kenneth también luce algunos interesantes planos. Un uso delicado del objetivo, con unos contrapicados de excepción y una buena selección de imágenes. La cámara, no obstante lo dicho, está al servicio de la historia y no al revés como suele suceder en otras ocasiones.
Y sobre todo, que quede claro ¡Qué banda sonora! Qué capacidad. Claro que se puede argumentar que se dispara con pólvora de calidad reconocida. Claro que se puede argüir que cualquiera podría hacer algo grande con el material de los sueños que despliega Van Morrison y su soul de corbata de seda, ese que reblandece cualquier parte del corazón y que también agarra firmemente a su presa cual celada ¿Pero y cómo si no? El león de Belfast es sencillamente ganador en esta jugada y era normal que fuera él quien atara definitivamente una película que tiene grandes momentos con la cámara y un puñado de canciones sencillamente inolvidables.
En definitiva, una película espléndida que trabaja muy bien el blanco y negro y que cuenta con un reparto muy convincente. Un film que no quiere escribir lo que nadie sabe del conflicto de Irlanda del Norte sino que considera más importante conocer las interioridades de un niño que posiblemente se vea obligado a emigrar a la metrópolis dominante. No se la pierdan. Y claro, el cine, en el cine.