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Se me ha hecho especialmente cuesta arriba escribir de Avatar: The Way of Water o el camino del agua, la última película de James Cameron. Me ha costado varias semanas, después del visionado poder articular y madurar un sentimiento al respecto, y éste no es positivo.
Esta segunda entrega de Avatar está protagonizada de nuevo por Sam Worthington y Zoe Saldaña y también con la veterana Sigourney Weaver que aparece de manera somera en algunos momentos de la película.
Cameron es un reconocido y veterano director que horneó su sapiencia en formatos que entretuvo durante a décadas a una multigeneracional camada de espectadores que querían apasionarse con historias que derivaban de la ciencia ficción y también de la historia propiamente dicho. Así fue fabricándose un nombre con Terminator y Terminator 2, con Abyss y con Titanic, entre otras películas. Se apoyó en actores que crecían con él, llegando también ellos a convertirse en estrellas, como Arnold Schwzenegger, Linda Hamilton -que fue de la misma manera su esposa- o Michael Biehn, sin ir más lejos.
Dicho lo cual, después de la primera entrega de Avatar, Cameron en la cúspide de la venta de tickets a nivel mundial se obsesionó con un hiperrealismo que, según sus propias palabras, no era posible desde el punto de vista técnico en esos momentos. Y no se embarcó en una película y su secuela sino que, según parece, preparó la friolera de 5 ó 6 películas en preproducción. Vaya por delante que no fui fan de Avatar y lo sigo sin ser. La historia es sosa. Lo que te cuenta esta insulsa y larga cinta abunda en cosas conocidas, remanidas y que suenan a moderno desde lo añejo. Ésto que no es nada negativo por sí mismo, es en este caso contraproducente porque Cameron se ha empeñado en ser el más moderno de la clase. Muy lejos el resultado de su intención.
Avatar: The Way of Water es la historia de un exilio que no aporta nada nuevo, que es previsible y repetitiva. Además aborda todos los tópicos, unos tras otro sin ningún tipo de tregua. El guion es sencillamente lo que se espera de la historia, vista la primera entrega, sospechamos, visionado el primer tomo, supuesto el quinto de lo mismo ¿Qué me dicen del agónico final de la esperable «lucha» final? ¿Se puede hacer algo más en bucle?
Avatar: The Way of Water ha ganado en la pasada ceremonia de los Oscars todo los premios técnicos. Y es que Avatar 2 es sencillamente forma sin contenido o casi sin contenido. La historia no me importa, los personajes no enganchan, los malos son maniqueos, los buenos son superbuenos y el mito del buen indígena se lleva tan a rajatabla que entre ellos solo hay un amago de tensión. El gran salvaje demuestra ser un digno padre que sabe amarrar la correa y también soltarla cuando se debe. De eso va Avatar 2, de lo mismo que la primera. Muchos han argumentado que Avatar, la del año 2009, era Pocahontas a nivel de muñecos de color azul. Y pasa también con Avatar 2.
Para colmo de males la “odisea” propuesta que podía ser contada en 1 hora y 50 se extrema desde el punto de vista del metraje. Un final con miles de finales artificiales que deja en casi tres horas la medida. El drama es verdaderamente ficticio y la rotura de la familia no genera dolor porque nadie en su sano juicio se ve seducido por los personajes. ¿Importan que estos personajes se caigan por el mayor encrespado barranco? No.
Además, de los premios Oscar quería esperar esto, que Avatar 2 no fuera abundantemente premiada como podía haber sucedido.