
Juan Antonio Bayona ha querido sorprendernos con una película, La sociedad de la nieve, de un presupuesto notable (bordeando los 61 millones de dólares), una pieza de cine vistosa y supuestamente llena de sentimientos. Y la película teóricamente es perfecta, por lo menos para parte abundante de la crítica del “celuloide”. Pero también perfectamente predecible y por lo tanto prescindible.
La historia es de sobra conocida. Un conjunto de rugby amateur, Old Christians Club, del Uruguay viaja a Chile con toda la ilusión de la juventud. Vendían previamente boletos con la ilusión de ahorrarse el dinero del viaje y paralelamente iban desarrollando su sueño de participar en campeonatos o casi como placentero recorrido. Sin embargo, el avión se estrelló en la cordillera de Los Andes, dejando un reguero de muertes y unos supervivientes que tuvieron que arriesgarse a vivir con los improperios del clima, de aludes, de expediciones de salvamento que nunca llegaban a buen puerto y de riesgo real para los pocos que seguían con vida. 16 de 45 pasajeros sobrevivieron finalmente al fatal trance y ello después de pasar unas increíbles y dolorosas penurias. Cayeron en la antropofagia para poder salvar la vida.
La historia fue contada por un libro best-seller, después pasada al cine en 1993 con ¡Viven! Cada aniversario había siempre una nota en los periódicos de todos los países y pases televisivos de la época. También hay que recordar que inauguró una sucesión de películas de desgracias en la nieve. De accidentes. De esta manera, J.A. Bayona desde hace mucho tiempo se ha perfeccionado en contarnos el horror (a excepción hecha de su desastrosa experiencia con el mundo Jurassic Park y de la ciencia ficticia del Señor de los Anillos) ¿Qué necesidad de volver a lo ya conocido? ¿Cómo nos va a recoger un cuento del que conocemos hasta el más mínimo pormenor? ¿Qué aporta sobre el particular? Quizás sólo unos efectos actualizados pero poco más.
Aún así, cada pieza de arte hay que verla con la suficiente tranquilidad y sosiego como para que con justicia pueda ser digerida. Cada elemento, y el cine no es una excepción, merece limpiar de preconceptos -en lo posible- la mente y someterla a tu gusto particular, sin tener que rendir razones por cuestiones externas pero es que la nueva lectura de Juan Antonio Bayona, de la mítica historia de ¡Viven! es un recurrir a lo ya conocido, a lo visto, a lo ya experimentado. Y todavía cuando uno vaya con esa idea inicial, se confirmaba cada uno de los extremos con los que acudíamos a la propuesta del director español. Como se suele decir, no le dan ni media vuelta.
Para colmo, han querido meter por los ojos del espectador la película. Como si se fuera a acabar el mundo si no la veíamos. Bayona, haciendo poca gala de imaginación cinematográfica se asienta en cuestiones que son verdaderamente esperables en una misión deportiva truncada de esta naturaleza. Se amarraba a la religiosidad de los supervivientes y hacía una colección de interminables diálogos que realmente sólo sumaban metraje.
Con su paso fugaz por las salas de cine nos tenemos que conformar en disfrutar del panorama helado en unas televisiones pequeñas y todo por la financiación de Netflix. Qué les aproveche.
Por su parte, es verdad que la Academia española ha quedado notablemente complacida con la película. Conocemos algunas cintas de menos presupuesto que por lo menos son más originales.