El director alemán Win Wenders vuelve a la cartelera cinematográfica y representará a Japón en la carrera por el Óscar extranjero y lo hace con un Ingenioso Hidalgo asiático que va desfaciendo entuertos domésticos y citadinos en su día a día. Perfect Days, se llama. Las misiones no son nada del otro mundo, solucionar su vida con un trabajo de limpieza de inodoros públicos, realizar un tres en raya a distancia con un desconocido, sacar fotos a árboles. Esa es su vida llena de placeres mundanos como la lectura y por supuesto la buena música americana, combinación de rock, soul y todo ello en cassette.
En ese sentido, hay que estar bastante en la línea de Wenders que ha sido director de muchas películas en una carrera de reconocimientos durante décadas y décadas de trabajo duro y que ha sido lo suficiente prolífico para no cogerles despistados. Wenders sigue firmando cada fotograma como un lienzo, con algunos colores pastel, y se deleita con la ciudad, con la gran ciudad, en este caso Tokyo. Es como si este hombre fuera un citadino que le gusta recrearse en el parque de la gran urbe, en las carreteras de la multitud de coches. La urbe; París Texas (1984), El cielo sobre Berlín (1987), Alicia en las ciudades (1974), una constante en su filmografía.
Dejábamos al héroe de esta historia mundana, Hirayama (Kôji Yakusho), enseñándonos su monótona vida y uno se empieza a impacientar, a preguntarse ¿Pero a dónde vamos? Es una cuestión de paciencia. Tarde o temprano van entrando dentro de la silenciosa historia personajes secundarios con estruendosa actitud. Desbordan a nuestro héroe, se podría decir. Poco a poco uno va mimetizando y como acompasando el ansia de conocimiento a la velocidad queda de la historia. En eso el maestro Wenders es un maestro. No importa si hay que visitar un sueño en blanco y negro o hay que volver a deleitarse con los colores pastel de la habitación del sueño o en el día libre de nuestro limpiador. De manera lenta pero inexorable se van añadiendo acontecimientos a nuestro volumen nipón, conociendo a parte de su familia y reconociendo el drama mundano.
Desde el punto de vista estilístico Wenders sigue asombrándonos con sus exquisitos tonos pastel, un color muy particular en el que ha trabajado desde el comienzo de su labor en el cine. Unos violáceos particulares, unos rosados que hay que reconocer.
Los actores están impecables. Probablemente porque hacen de sí mismos. Son creíbles. Hirayama es Hirayama. Trabaja de eso o lo ha hecho, se mimetiza. Ademas es concienzudo en su labor y te lo demuestra en más metraje del que en teoría es permisible en 2024. Da igual, ¿Quién ha dicho que vengamos a correr? Es una historia sin más, de las que pueden estar pasando en tu mismo vecindario y además recreándonos en el telón de fondo: la ciudad de Japón.
Otra de las decisiones complicadas es el formato visual que Wenders elige. Es clásico hasta en eso. La pantalla se ve excesivamente recortada, diría que es un poco más ensanchada de un 3:4 pero no mucho más. Puede ser que sea una decisión para hacer agobiada la vida de nuestro protagonista aunque esté revelando uno de sus codiciados carretes fotográficos. Así nos alineamos con el cine made in Wenders e imprime -o empieza imprimir desde el primer momento- el sello del reputado director.
La banda sonora es un verdadero grandes éxitos, además. Por supuesto suena Perfect day, el famoso single de Lou Reed del que parece toman el nombre de la cinta y hay un final que tiene que ver con Nina Simone que es verdaderamente genial.
De repente, en un momento que podemos considerar crítico, la acción se desarrolla. El espectador va engarzando pequeños detalles de la historia. Es como si el guionista y director se hubiera dado cuenta de que a la historia le hacía falta este sprint final para dar una solución al asunto. Ese es el vals, el truco que nos propone el viejo pirata del celuloide. Si eres de mecerte en una historia, desde luego vas a estar bien parado con lo último de este veterano director.
En definitiva, cinta especialmente requerida para abundar en la belleza de algunos planos que consigue Wenders, veterano artesano del séptimo arte europeo. Es una película, además, a la que hay que darle tiempo para que se digiera de manera conveniente. El protagonista batalla contra su vida – bucle.
Foto: promocional