
El pianista Amaro Freitas (Recife, Brasil, 3 de septiembre de 1991) llegaba al Espacio Cultural de CajaCanarias, en la capital tinerfeña, y contábamos con varias dudas en el ambiente previo, pero sobre todo nos preguntábamos con qué nos sorprendería este soberbio pianista. Gran parte de la pista correcta se hallaba en su último trabajo, Y’Y, un tesoro de atmosféricas proporciones que propone un lujoso viaje, algo muy parecido a lo vivido en el concierto con alguna exquisita y coltraniana excepción.
En consecuencia, pasadas por pocos minutos las 8 de la noche en horario local, empezábamos el viaje en una barcaza por el Amazonas. Sin muchas alharacas y con sobriedad, Freitas se presentaba en el escenario y la marcha a lo desconocido comenzaba.
Para la segunda pieza del concierto, Amaro Freitas escogió una soberbia versión del gran tema de John Coltrane, Giant Steps, de esta manera empezaba a guardarse en el bolsillo del éxito a la concurrencia y a pesar de que los aplausos se multiplicaban, el concierto iba a tener un desarrollo más original y ni mucho menos tan previsible. Freitas al piano era un verdadero espectáculo. Demostraba dominar el instrumento y no ahorraba fuerza a la hora de percutir las teclas. A falta de percusión usaba a su gusto el piano y era efectivo.
Hecha la mencionada excepción, insisto en que cogíamos la canoa y como si fuera el ancho mar, atravesábamos el siempre ignoto Amazonas. Con sus tribus y sus gentes, su temperatura habitual y sus animales. No íbamos solos, menos mal. Con trucos derivados del hacer del técnico de la mesa, Vinicius Aquino, Freitas iba haciendo de su instrumento (el lujoso Steinway and Sons de la entidad crediticia) una caja de música difícil de igualar. Es cierto que Freitas incluía sonidos de pitos, una suerte de kalimba eléctrica que en alguna ocasión del concierto no funcionó como debía, alguna percusión menor e intervenía el piano con una suerte de tiras y pinzas. De repente, ya estábamos descubriendo el río.
De esta manera tan lujosa, Freitas lograba convencernos de que su espectáculo no sólo era él sino una conjunción de instrumentos en bucle (loops) que lograba unos viajes con difícil repetición y que iba impresionando a la concurrencia. A propósito, el respetable en unos tres cuartos llenaba el salón noble de CajaCanarias.

Casi punto y final del concierto de Amaro Freitas, con el público en absoluta comunión (foto: Canción a quemarropa)
Amaro Freitas se relacionaba en el público en portugués, denostando el inglés que también ofreció. Y poco a poco nos iba contando algunos de los entresijos de su arte.
Freitas nos abrió de esta manera a la aventura, se puso sus collares rituales y su atuendo necesario para abundar en la selva y en el río y nos sedujo cual cicerone por ciertos viajes desiertos. Sin machete en mano y con la fuerza de la música, nos hizo partícipe en su travesía y de la coyuntura del río Amazonas y el río Negro que se encuentran pero no se mezclan. Es cierto que ese aparente y extraño milagro geográfico tiene que ver con sus diferentes densidades, velocidades y temperaturas pero sin embargo, tenía más que determinarse con el ensueño, en el vergel en que estábamos cayendo lentamente.
Delicioso viaje sonoro y virtuoso que solo tuvo su final con la llegada a puerto cuando se despedía con un único y pequeño bis, hora y cuarto después de su comienzo. El concierto dejó con ganas de más. Hubo momentos para selfies del teclista hacia el público, algo que ya empieza a ser tradicional en los conciertos, aplausos y piropos mutuos de él a la concurrencia y viceversa. De buena gana hubiéramos quedado en la canoa, sintiendo el cielo estrellado del río más caudaloso de las Américas y con el exquisito universo de Freitas de fondo.
Foto principal del artículo: CajaCanarias y texto: Héctor Martín (Canción a quemarropa)