Dev Patel protagoniza y dirige Monkey Man, una efectiva película de acción que integra la tradición hindi y que bebe de influencias -autoconscientes y reconocidas- la saga como John Wick. Inspirado en la tradición hindi de Hanumân, con cara de mono y cuerpo de hombre y una larga cola, el Dios hindú presta su nombre al título de la película. El film está también producido por Jordan Peele y es una muestra de la valía de Patel, actor y director londinense que recordamos de aquella cinta tan efectiva de 2008, Slumdog Millionaire y también Chappie o El Caballero Verde.
Patel carga con todo el peso principal del film pero también comparte pantalla con otros actores como Sobhita Dhulipala, Adthi Kalkunte, Sharlto Copley y Makarand Deshpande.
Monkey Man, rodada en Indonesia, te introduce en una ciudad lúgubre y sucia y en donde la corrupción está a flor de piel. Protagonizar combates ilegales son norma habitual en las noches de nuestro protagonista que se busca la vida con un final y un objetivo claro: la venganza. Las circunstancias que le llevan a ésta serán pasto del film y poco a poco iremos descubriendo los pormenores de las razones de esta revancha en el tiempo actual.
Monkey Man, de esta manera, se introduce en una mafia, fracasa y volverá. Uno de los factores más interesantes de la película es el desempeño en situarnos desde el punto de vista social y político en el tablero de ajedrez que estamos viendo. Los rasgos de una conspiración religiosa política está en la trama y es diseñada con dos plumazos en toda la película. La venganza, personal en primera instancia, se convierte al final en una venganza global. El héroe representa al pueblo en ese sentido.
En ese sentido, la película es un videojuego de plataformas. El protagonista va cruzando misiones y misiones, fracasando y volviendo a su empeño en cada momento del film. Monkey Man se rearma también cuando todo está perdido y resulta recargado en su energía y en su poder. Es en ese momento donde hay una escena que vale oro y tiene que ver con un entreno pujilístico de nuestro héroe con la tabla hindi de la leyenda Zakir Hussain (Bombay, 1951) que recordamos de proyectos propios y también de Shakti con el gran John Mclaughlin. En esos momentos los ojos del melómano brillan de manera especial.
Las coreografías son espectaculares y en la cámara hay sapiencia para crearnos el ambiente sobre todo en momentos rápidos y violentos.
En definitiva, y por no abundar, la película entretiene. No ahorra en horror y sangre y el guion, aún siendo sencillo, se va siguiendo bien y no tiene graves problemas. La película cumple en la misión de llenarte dos horas de entretenimiento común y moliente y además puede ser un leve acicate para empezar a interesarse en el complicado universo de la religión hindú. Película especialmente indicado para aquellos que busquen acción sin un guion enrevesado.
Fotograma de la película