Acudíamos a visionar La Sustancia, de Coralie Fargeat (directora de la película Revenge, por ejemplo) con la intención de sobrecogernos con una historia relativa a los pesos y a los dilemas más directos de la vida: la edad y también sobre la imponderable y la incapacidad de nuestra levedad del ser.
El peso de los años, las arrugas, ese debate que siempre llevamos arriba, algunos más que otros. La premisa era magnífica y hay que decir que la película nos atrapó por un buen rato hasta que desbarra y se va a lo que prometía; el gore, la sangre y la caída fácil de personajes que además, podrían estar mejor construidos. De manera sibilina, también abusa de carteles y lectura para explicar cosas. Podía haber sido mejor pensado este comienzo, con imágenes que de eso se trata.
La Sustancia presenta un interesante reparto que combina madurez y juventud y desde luego es uno de los puntos fuertes de la cinta. A un nivel superlativo están Demi Moore, Margaret Qualley y Dennis Quaid que son los que portan la historia y que responden con una capacidad reconocida en algunos y al nivel de lo mejor de su carrera en otro caso (Moore). En todo caso, el valor de la película va por delante con unas actuaciones especialmente reseñables. Moore (Elisabeth Sparkle), por ejemplo, se alza como protagonista y la verdad es que está gratamente irreconocible, se agradece su madurez -nunca mejor dicho- y experimentada labor.
Establecida la rica base de la película después, el film empieza a derivar y a caer en un guion que no está del todo completo, que va cayendo en demasiadas evidencias y que hacen de la película algo verdaderamente previsible. Todos sabemos que todo va a ser un estallido de sangre y lo vemos venir. Como el muro que va a acabar con la vida del motorista y que es demasiado tarde para esquivar. Todo está tristemente telegrafiado y la incógnita que deja la película es simplemente cual es la trastada y animalada que nos va a dejar con la boca abierta. Todo hecho, hay que decirlo con toda la cantidad de gore permisible en los sueños más abyectos de H.R. Giger. El baño de sangre es cuestión de tiempo.
Y todo esto es una lástima, porque la disposición técnica es extraordinariamente aceptable, como señalo. Hay diferentes fuentes que hacen de la película una cantidad de referencias constantes. Por supuesto, tiene señaladísimas referencias cinematográficas como las de El Resplandor (S. Kubrick, 1980) -a veces demasiado evidente-, el blanco nuclear de Odisea 2001, el carnicero de Cronenberg de los 80, unas pintas del Aronofsky de Cisne negro, pero ahí no quedan. Son miles. Por desgracia, el guion se cae y es un tren desbocado hasta su final surreal. Para colmo, subraya demasiado las ideas que van surgiendo y el metraje largo la lastra. Las dos horas veinte van siendo demasiado para el film y hay momentos que parece reiterativos.
Magnífica actuación de Margaret Qualley, alter ego de Moore en La Sustancia.
La película también juega con el agridulce del humor pero en ocasiones son recortes verdaderamente inoperantes o sencillamente que cortándolos no sucedería nada o casi nada que es lo peor que se puede decir de un gag en una película. En ese sentido, el humor no está muy bien integrado. El final estrafalario y grotesco ya es sólo un “más difícil todavía” y la única incógnita es saber a donde va a llegar en la animalada, en lo gore, en la sustitución de guion.
En ocasiones nos parece que la directora y el guion pensaron “ya tenemos la historia, ya la hemos construido en lo posible, y ahora ¿Cómo continuamos? ¿Qué hacemos?” Para colmo, quizás en la única excepción de la protagonista los personajes secundarios no están del todo bien construidos, les falta fondo. No me importa mucho el productor de TV (Dennis Quaid) y a lo mejor es intencional, pero no cala. Es muy plana en ese sentido.
En definitiva, aciertos y desaciertos, entretenida por ratos, previsible por otros pero adecuada para sentar bases de una buena nueva directora. Por lo menos, las bases, los presupuestos del films, son interesantes.