Santoalla (Andrew Becker, Daniel Mehrer, 2016) es un documental que vale su metraje en oro. Narra la salvaje e interesante historia de dos holandeses, un matrimonio formado por Martin y Margo que abandonaron su confortable barrio a las afueras de Holanda por residir en un pueblo de Galicia (Lugo, para ser más concretos) Santoalla o Santa Eulalia, castellanizado. Además, últimamente se ha publicado la historia adaptada al lenguaje propiamente del cine, a través de la última película de Rodrigo Sorogoyen, As Bestas.
Ya en su momento hablamos de lo acerado que puede ser un pueblo con respecto a sus vecinos. Ya saben, “pueblo chico, infierno grande” pero en este caso con resultado de muerte. Unas veces la misma presión demográfica, en otras ocasiones empresas que vilmente quieren poseer los recursos naturales de cierta zona, y en otra simplemente la simple levedad del ser: nadie se libra de los vecinos difíciles.
Volviendo a la historia real, Martin y Margo vivían feliz viendo el cielo de Galicia, disfrutando los paisajes indómitos, trabajando su campo y compartiendo algún vaso de vino con un trozo de queso. Martin tenía tal capacidad de atracción que intervenía en la tele gallega del momento para intentar reflotar el pueblo. Eran activos a la hora de reparar la zona, algunos caserones ya no usados y que por hacer de las “nieves del tiempo” se caían por su propio peso y desuso. Sin embargo, la familia colindante vino a hacer de su capa un sayo. Un hermano con dificultades psíquicas, un pillo y su padre no menos más perverso plantearon un plan para finiquitar la vida de Martin además de una madre que de la misa aparenta no enterarse ni de la mitad. La madre interviene en el documental con un gallego no doblado y una teoría tan poco descifrable como su verbo.
Así el patio, los hermanos fueron condenados después de una soberbia lucha de Margo que, lógicamente, clamaba venganza. Margo no cejó en su empeño hasta que hubo paz y justicia. Por lo menos, hasta el punto que la justicia dictó sentencia.
El documental no tiene desperdicio. Es un verdadero lujo. Entre otras cosas porque Martin se obsesionó con grabar el acoso que recibía previa al crimen. Pero es que también cuenta con el punto de vista de las dos posiciones, de la madre de los asesinos y por supuesto de la narradora, la misma Margo. Es posible que estos abusones hayan conseguido la horma de su zapato por razones que son escrutables. En esta ocasión, los holandeses no eran otros más. Se sabían cuidar por lo menos a posteriori. No tenían miedo y acudieron a la policía aunque esta no actuara del todo diligentemente. Y señalo esto porque de haber sido así, Martin tendría vida.
En el film de Sorogoyen se omite algún personaje y se añade algún otro –probablemente para añadir algo de dramatismo familiar- y la razón real de la xenofobia que se produce tanto en la vida real como en la película es similar pero no igual.
Sea como sea, Santoalla o As Bestas son de visionado ya no solo recomendable sino prescrito.
Texto: Héctor Martín
Foto: dominio público.