Ya está en los cines Los Fabelman, la última película del laureado director Steven Spielberg, forjado en los 70 y que desplegó su potencial económico y de fábrica de los sueños especialmente entre los 80 y los 90. Se le llegó a llamar El Rey Midas de Hollywood, ahí es nada. Los Fabelman está protagonizada por Michelle Williams, Paul Dano, Gabriel LaBelle, Seth Rogen y Judd Hirsch y en ella el director vuelca -por lo menos teóricamente- la mayor carga de detalles biográficos de su propia vida. Se puede decir que es autobiográfica hasta cierto punto. De una suerte tal que pudo haberse llamado Los Spielberg, más que los Fabelman.
Efectivamente, Los Fabelman son una familia normal a la que le ocurren cosas normales. Tienen varios hijos, y su padre va progresando en el sector de la tecnología. Las bombillas dejan paso a los potentes ordenadores de la IBM y este ingeniero tiene mucha hambre de progreso no sólo en su trabajo sino también en su vida. Así viajan por diversos lugares de Estados Unidos, persiguiendo el sueño. El hijo mayor es el real protagonista del film -el supuesto trasunto del mismo Spielberg – y va desarrollando su amor por el séptimo arte. De reseñar especialmente resulta una secuencia con un tren que le llama especialmente la atención en la gran pantalla y que recreará con ayuda de su madre.
Con respecto a estas películas de corte biográfico hemos disfrutado últimamente con Belfast de K. Brannagh y por ejemplo Licorice Pizza de Paul Thomas Anderson.
Y la película no vuela como debería. El genio de Spielberg rueda y rueda sobre su acontecer infantil y parece usar la cinta de celulosa para contarnos como era su familia. Es como si de repente este espacio de cine fuera su psicoterapia. Que si una acampada, que si un amigo de la familia inseparable. Y en la butaca de nuestro cine de confianza nos revolcamos especialmente viendo como la película iba telegrafiando el acontecer. Y todo salpicado de homenajes a grandes nombres del cine como al gran Cecil B. De Mille, creador de películas como Cleopatra sin ir más lejos. Pero es que la película encima está muy bien rodada, porque de eso su director sabe mucho. La forma es importante, pero no deja de ser un celofán que esconde un guion que no se nos antoja a la altura. La historia es algo insulsa, si resumimos al final lo que nos deja. Mucho ruido y se recogen sólo algunas nueces.
Otro de los déficit que hemos detectado en la película tienen que ver con el sector actoral, los personajes son excesivamente cercanos al cliché que se espera de ellos. El drama está presente de manera excesiva, incluso. La crítica ha alabado a Michelle Williams pero personalmente no veo que sea de sus mejores papeles.
La judeofobia, el acoso escolar, la fiesta del instituto, las canciones ad hoc seleccionadas para irse de playa en una fiesta juvenil, las espinas que cada relación marital tiene, todo aparece como en su orden previsto. Sin frescura y, eso sí, con mucha carga de melodrama. Todo cubierto con la seda habitual, el regalo con su cinta blanca.
Y por seguir citando algún handicap el gran Maestro se ha contagiado de una tendencia generalizada. La excesiva duración de la película. 2 horas y 31 minutos para una historia que podía haber sido fácilmente dos. Ya en otras ocasiones Spielberg ha sabido navegar en grandes metrajes pero en esa ocasión contaba el holocausto nazi. Hay que saber equilibrar, el calibre de la historia también para seleccionar el metraje.
Por otra parte, hace bastante tiempo que Steven Spielberg nos ha acostumbrado a dar una de cal y otra de arena. No nos disgustó su anterior remake de West Side Story, tenía la frescura habitual de su toque de cámara y no se nos ocurre no considerarlo como uno de los Maestros del séptimo arte porque además lo es. En WSS tenía la zanja de un guion que el espectador conoce, también es verdad, pero se doctoraba con una excelencia en los bailes y en el rodaje de grandes coreografías.
Spielberg, nos ha apasionado desde siempre, sobre todo cuando se ha propuesto grandes cotas como en Tiburón, El Color Púrpura o en la Lista de Schindler. Siempre hemos alabado como fue capaz de grabar a la vez ésta última y Jurassic Park y no perecer en el intento. Forjó una generación de amantes del cine, por lo tanto. Nosotros incluidos. Pero sentimos que Los Fabelman no es el camino.
No obstante lo dicho, le auguramos un buen futuro en los premios porque lo que es cierto es que Steven sabe qué tiene que dar a la Academia. La película tiene esa clase de trufas contadas que son tremendamente valoradas por esa clase de votantes.
Y sin embargo, para colmo de todo lo mencionado, Steven Spielberg en el sprint final de su película nos asombra con una maravilla. Sí, el contacto de un imberbe con el gran John Ford, director de películas como Centauros del Desierto o Qué verde era mi valle, está retratado como si hubiera sido uno de los mejores momentos del cine del año 2023. Si la película hubiera consistido sólo en esto, hubiera merecido un diez. ¡Demonios, a lo mejor ésta era la historia! A lo mejor, tenía que haber contado sus inicios en el cine y haber convertido en una elipsis los vericuetos familiares y personales que les llevó a ese punto.
En definitiva, Los Fabelman no nos ha gustado como nos hubiera encantado decir. En serio, que vamos predestinados con Steven Spielberg, ha supuesto mucho en nuestra manera de ver el cine. La clase que le da el Ford – que además es encarnado en la película por el también director David Lynch- merecía ser el inicio, y pasar de puntillas por sus inicios con el tren, con sus habituales problemas familiares y demás percances que se nos antojan escasos para contar en esta película.