El Maestro Francis F. Coppola, de 85 años y nacido en el año 1935, se despide del público en general y de la crítica con su última película que lleva por nombre Megalópolis y lo hace -a nuestro juicio- de manera poco cortesana pero muy vistosa y acertada. Coppola apuesta por su baza surrealista y soñadora y hasta cierto punto imaginando un futuro -crítica política incluida- bastante apocalíptica y oscura.
La película está protagonizada por Adam Driver, Giancarlo Esposito, Nathalie Emmanuel, Aubrey Plaza y con lujosas intervenciones de clásicos del celuloide como Jon Voight, Dustin Hoffman y Laurence Fishburne, a los que a propósito habíamos perdido ya un tanto de vista. También interviene Talía Shire, ya saben ustedes, a Ford Coppola lo acusan de nepotismo normalmente. En todo caso, ¡Menudo reparto!
A Francis F. Coppola se le reconoce como uno de los grandes cineastas de lo que se llamó Nuevo Hollywood, uno de los barbudos que fueron los principales arquitectos del presente del cine. Desde su trilogía de El Padrino (con sus entregas mágicas de los 70 y algo peor en los años 90), Apocalipsis Now y La Conversación, entre otras, Coppola estuvo acostumbrado a hundirse económicamente si ello era preciso para ofrecer al público la magia del cine. También pasó mucho tiempo entre viñedos, creemos que en Italia, un lucrativo negocio que ocupaba su supuesto retiro.
Y ahora viene con Megalópolis, película que ha cosechado de todo menos buenas críticas. No fue comprendida ni en el Festival de Cannes, o, especialmente, no ahí. Como si fuera una cuadriga espoleada, los críticos parecen haber respondido a esos látigos y han disparado sin compasión a la película.
El director Francis Ford Coppola hablando con parte del reparto femenino
Megalópolis, a lo mejor en contra de la mayoría del cine actual, narra un sueño, se encarga de hacer un paralelismo interesantísimo y bien escrito entre la caída de la civilización romana y la actual, entre Nueva York, Roma y Nueva Roma. Es un ejercicio onírico y adecuado de los tiempos que corren, como se encarga de confesar el mismo director, una fábula.
Los indicios van dando paso a la nueva Era a la nueva casa de todos nosotros, haciendo pacto entre las fuerzas vivas de las ciudades y de los Estados. De eso se trata. Para colmo, los viajes que dan sus protagonistas son geniales, se enamoran, se emborrachan, cambian de perspectivas. Enemigos desde hace tiempo se hacen amigos a fuerza de alianzas políticas y familiares. La intriga política es adecuada y dibujada, incluso, la afección religiosa a este ámbito político/social. El pueblo es un personaje en sí mismo que es usado como rehén de la fuerza ora banquera ora política. El surrealismo basado en clásicos como ya se hizo en Titus (Julie Taymor, 1999) como uno de los experimentos previos.
El juego de la película es también ser visualmente avasalladora y a lo mejor ahí le llega un barroquismo un tanto excesivo. No obstante, hay momentos a la hora de enseñar la construcción de la nueva polis bastante buenos desde el punto de vista atmosférico. Además, los actores están -todos- de manera excepcional. Desde el primero al último. Es una película coral en donde todos tienen su apartado para el lucimiento. No es que sea la película de Driver. Es una film, como buena tragedia clásica, coral.
Disfruten, denle una oportunidad, no vayan al cine con el objeto de confirmar las malas críticas. Procuren sumergirse en la experiencia y realicen un acto de Fé. Una vez vista, en las últimas horas, he leído críticos que señalaban la necesidad de devolver el importe de la entrada. Pues no, así me las den todas: no figurista, no evidente, no fácil, una lectura actual, audaz y doble, bien escrita y bastante poco obvia y definitivamente surreal. No olvidemos que el cine es también eso: cuestionar la actualidad.
Un acierto.
Fotos: Promocionales de la película.